La psicóloga clínica infanto-juvenil, Andrea Pedrozo, analizó el problema desde una perspectiva estructural, señalando que la desconexión entre adolescentes y adultos ha alcanzado niveles alarmantes.
Pedrozo advirtió que muchos jóvenes viven aislados dentro de sus propios hogares, encerrados en sus habitaciones sin generar vínculos reales con sus familias. “Adolescentes que están aislados, ausentes, aún dentro de su casa, encerrados, seguros, entre comillas, en su habitación, sin saber qué hacen, cómo viven, cuál es su estilo, qué escuchan, qué leen, qué consumen”, señaló.
La especialista sostuvo que esta desconexión genera un vacío en la construcción de valores y en el aprendizaje de herramientas para enfrentar crisis personales.
Para Pedrozo, el caso de María Fernanda refleja un problema de mayor alcance, donde la falta de comunicación con los adultos impide a los adolescentes buscar apoyo en momentos difíciles. “No hubo una voz de un papá, una mamá, un tío, una abuela, un adulto referente, un docente de confianza, un entrenador”, lamentó.
Esta ausencia de redes de apoyo impidió que la joven encontrara una salida viable ante la problemática que enfrentaba. “Encontraron asfixiados, ahogados, en una situación problemática que tenía alternativas y aristas de poder encarar”, explicó.
Enfatizó que el problema no es únicamente el abandono emocional de los jóvenes, sino la falta de estrategias por parte de los adultos para establecer diálogos efectivos. “¿Qué estamos haciendo hoy? ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué estamos haciendo ahora?”, cuestionó, instando a tomar acción inmediata para fortalecer la conexión entre generaciones.
Advirtió además sobre el impacto de la hiper ‘tecnologización’ en la formación de los adolescentes. “Estamos hablando de que adolescentes, niños y niñas están hiper expuestos a mucha información, y a una información que muchas veces ellos no tienen la capacidad de procesar, de administrar”, explicó.
Según la especialista, el exceso de información sin una guía adecuada puede confundir a los adolescentes y llevarlos a tomar decisiones apresuradas. “En la desesperación, evidentemente, tomamos malas decisiones”, añadió.
La psicóloga subrayó que la toma de decisiones es un proceso que se aprende mediante experiencias y acompañamiento. “Si vas por el camino equivocado y te tropiezas y te caes y te duele, hay una consecuencia”, reflexionó.
Sin embargo, si los jóvenes carecen de apoyo para comprender sus errores y convertirlos en oportunidades de crecimiento, la fragilidad emocional persiste. “Si tampoco aprendes viviendo la mirada de lo que al otro le ocurre, aprendiendo o que alguien te acompañe en el camino y te levante, tampoco vas a aprender ni como hijo ni como padre”, concluyó.
La psicóloga instó a la sociedad a replantear las prioridades en la crianza y en el acompañamiento de los jóvenes, antes de que más vidas se pierdan en el silencio de la incomunicación.
